Un objeto no es sólo eso: un objeto. Singular, finito, autocontenido en su propio contorno, sin génesis ni desarrollo, transparente en su propia obviedad e impotencia: no, no es sólo eso. La mediación de la materialidad, las potencialidades de diversas fenomenologías de percepción y atención, los encuentros entre sensación encarnada y las agencias propias del objeto transforman todo objeto – desde el más mundano hasta el más fetichizado – en una multiplicidad. Un objeto es un archivo de narrativas incrustadas, un rimero de eventos, una conglomeración de índices de ocurrencias, que esperan ser vistas, recordadas, metamorfoseadas. El objeto, siempre ya plural en su singularidad, se abre a sí mismo ante nosotros, pacientemente aguardando el trabajo renovante de la expresión. Nos llama, requiriéndonos ejercer prácticas de atención sensorial a través de las cuales podemos encontrar la diferencia en la repetición, la diferencia en la identidad.